Había echado de menos los rayos de sol llenos de vitamina D en el Mediterráneo Oriental después de llevar dos meses viviendo en Estonia. Buena comida, playas, cultura…Chipre es perfecto. Bueno, ¿lo es de verdad? Os voy a dar algo de contexto. Turquía invadió la isla en 1974 para “proteger” a los turcos chipriotas de las crecientes tensiones étnicas con sus homólogos griegos. Se libró una pequeña guerra y de pronto Turquía ocupaba la mitad de la isla. Actualmente el 40% de Chipre todavía está ocupado por las fuerzas turcas que han formado la República Turca del Norte de Chipre, un estado “de facto” solo reconocido por los ocupantes, Turquía. La ONU trató de mediar en el conflicto y logró crear una “buffer zone” entre ambos lados de la isla. La capital, Nicosia, está dividida casi simétricamente por la mitad por la “Línea Verde”. En el medio del casco antiguo hay un pequeño puesto de control que permite la entrada a la zona desmilitarizada.

Para cruzar de un lado al otro se debe mostrar un DNI o pasaporte europeo (lo mismo para los turcochipriotas, que pueden cruzar de un lado al otro sin restricciones, aparentemente). El proceso me llevó menos de un minuto. De repente estaba en tierra de nadie. Mientras intentaba ojear a través de las grandes vallas que impiden que la gente mire a otras partes de la “zona de amortiguamiento “buffer zone”, logré ver algunos viejos edificios congelados en el tiempo, que recuerdan los días dorados de una Chipre unida. Después de un minuto andando por la zona desmilitarizada y otro puesto de control (esta vez el turco, con el mismo proceso) entré en la República Turca del Norte de Chipre.

Había algo gracioso en el concepto de hablar con la policía de un país que prácticamente no existía, pero que de alguna manera existía. Mi primer paso fue cambiar dinero. No aceptan euros como en el sur de la isla. En su lugar, usan la lira turca, que tiene un gran historial de devaluaciones y dolores de cabeza para los turcos. El Internet en mi móvil todavía funcionaba, pero sabía que era solo cuestión de tiempo que mi teléfono se conectase a la red turca; aparentemente, usan los mismos operadores telefónicos que en Turquía. Todo el lugar parece una extensión de Turquía, pero como anexionar la región sería una “flagrante violación del derecho internacional”, se limitaron a crear un estado títere (aunque de todas formas ocupar un territorio ya es una violación bastante flagrante del derecho internacional).

El lado turco de Nicosia es…extraño. Esperaba encontrarme con la misma ciudad pero con un toque turco. Como dos barrios separados de la misma ciudad. No fue el caso. En primer lugar, los precios eran más altos que en el lado griego; estaba indignado por tener que pagar 7 € por un pequeño desayuno en un territorio ocupado sin reconocimiento internacional. Por alguna razón, todo era relativamente caro en este lado. El norte de Nicosia tenía un ambiente “turbio”, parecía como si hubieran copiado la parte sur de la ciudad y hubieran hecho una copia mala y sin alma de ella. Las calles estaban vacías con tan solo algunos lugareños sentados en un café mirando a la gente que pasaba. Sabía que tenía que escribir sobre esta experiencia, pero no sabía cómo expresar con palabras cómo me sentía en este lugar. Era como un mundo paralelo, como una (mala) realidad alternativa donde el lugar que conocías (el resto de Chipre) se convierte en algo extraño, alejado del concepto que tenía en mente durante los dos primeros días de mi viaje.
Parecía como si alguien hubiera encargado a dos artistas diferentes con diferentes personalidades que esculpieran la misma idea, dando lugar a resultados diferentes (aunque al mismo tiempo similares). Es difícil de explicar. Por un lado, las claras diferencias en el desarrollo hacían que esas diferencias fueran “tangibles”, pero por otro lado, el ambiente general del lugar y la gente simplemente no parecía encajar.

Quizás no soy objetivo: amo Grecia y la cultura griega (y no tengo nada en contra de Turquía), pero algunas cosas parecían estar mal, no “a mi parecer mal”, sino mal de verdad, en su sentido objetivo. Caminando por las calles de Nicosia me topé con un museo de propaganda turca dentro de una antigua iglesia ortodoxa. Llámame loco, pero me parece extremadamente irrespetuoso, especialmente cuando los griegos que vivían en este lado de la ciudad y se pasaban los domingos en la eucaristía de la iglesia.
Tras salir del casco antiguo me encontré en medio de una ciudad “nueva” construida por los turcos después de la partición. Era fácil darse cuenta de que la ciudad era nueva, pero las diferencias en desarrollo con el sur eran realmente evidentes: las casas no eran ni la mitad de buenas que las del lado griego y las calles estaban generalmente sucias. Las enormes autopistas que cruzaban la ciudad me recordaban a cómo las economías en desarrollo como Marruecos o Malasia priorizan la construcción de estas carreteras en lugar de otros servicios básicos. Aunque la isla de Chipre se encuentra en Asia (geográficamente), hasta ahora no había tenido la sensación de estar en otro continente que no fuera Europa. Sin embargo, ahora estaba empezando a ver patrones que solo había visto en partes de Asia, lo que contribuyó a mi desconcierto. Realmente sentí que estaba en Asia ahora, como si cruzar la “buffer zone” me hubiera transportado a Anatolia.

La estación de autobuses no tenía nada que ver con la estación de autobuses en el sur de Nicosia. Me recordó a la de Andijan en Uzbekistán: desordenada pero entretenida. A diferencia del “sur de Chipre”, no había ningún horario: los autobuses salían cuando estaban llenos. Cinco minutos después de llegar a la estación de autobuses ya estaba camino a Girne.
De camino a la ciudad, pasamos por una mezquita enorme (verdaderamente colosal) que parecía ser bastante nueva. No obstante, estaba en medio de la nada en la llanura del norte de Chipre. Parecía… sórdido, artificial, raro. A unos 20 kilómetros detrás de la mezquita hay una cadena montañosa bastante grande con las enormes banderas de Turquía y la República del Norte de Chipre pintadas. La distopía se hacía más real con cada minuto que pasaba.

Girne me recordó a Batumi (aunque nunca he estado allí). Grandes rascacielos llenos de hoteles de lujo y tiendas con marcas reconocidas (lo que me sorprendió al principio, ¿cómo hay esas tiendas en un “país de cartón”?). En el puerto hay una inmensa fortaleza y un casco antiguo apacible. No hay mucho más que ver. Girne fue el primer asentamiento en caer ante el ejército turco en 1974, por eso quería visitarlo, pero me pareció que no tenía nada en particular que pudiera encapsular adecuadamente la esencia del conflicto. Después de regresar al norte de Nicosia por razones logísticas, pronto me dirigí a mi última parada en el norte de Chipre: Varosha, el “pueblo fantasma” en Famagusta.

Después de pasarme mi parada (el Internet se había cortado hace unas horas, así que estaba completamente incomunicado) llegué a una pequeña y polvorienta estación en el centro de Famagusta. La ciudad había sido una vez un bastión importante para los cruzados y se había convertido en un destino turístico de moda a mediados del siglo XX. Sin embargo, una de las mayores batallas de la guerra de 1974 tuvo lugar en Famagusta, hundiendo por completo su reputación desde entonces. Después de un descanso para almorzar y tras darme cuenta de que no tenía mucho tiempo, le pedí al hombre del “bar” que me diese direcciones que escribió en un mapa hecho por él mismo en una hoja de papel. “¡No vayas por aquí… ejército!” me advirtió mientras escribía el mapa. Varosha es un barrio de Famagusta que solía ser un destino turístico mundial TOP en los años 70 con enormes hoteles, rascacielos y bonitas playas. La mayor parte de su población era griega. Después de la Batalla de Famagusta, más de 30.000 griegos se vieron obligados a abandonar sus hogares para no volver jamás.
Los griegos presionaron a la ONU para que prohibiera a Turquía repoblar el lugar con turcos. La ONU accedió y declaró el área bajo su vigilancia. A nadie se le permitió ingresar al lugar después de 1974 (solo a algunos trabajadores de la ONU y oficiales turcos). Sin embargo, hace tres años lograron reabrir algunas partes de los barrios para los visitantes. Lo que vi en Varosha me dejó atónito, era la verdadera consumación de la distopía.

Contra la voluntad de los antiguos residentes, los turcos habían establecido un verdadero “parque temático” a partir de los horrores de la guerra. La gente ahora puede comerse un helado y alquilar una bicicleta para explorar el lugar. También se ha reabierto una pequeña sección de la playa. La gente puede nadar en las cálidas aguas del Mediterráneo oriental mientras viejos hoteles llenos de agujeros de bala se pudren a pocos metros de distancia.
No me escondo, alquilé una bicicleta para visitar el lugar, pero lo hice en contra de mi voluntad dado que apenas tenía una hora para visitar Varosha y escribir un reportaje para mi trabajo. No es ético dar dinero turístico al país ocupante. El lugar se siente como un mundo post-apocalíptico. Cientos de hogares ahora devorados por plantas siguen esperando a sus dueños originales. Varios policías encubiertos controlan a los turistas que caminan por el escenario desolador que dejó la guerra y les impiden tomar fotografías de los edificios de la ONU. Sin embargo, a nadie parece importarle la distopía mediterránea. Cuando regresé al lado griego de Nicosia, todo parecía volver al lugar correcto, como si se hubiera quitado el “filtro naranja mexicano al estilo Breaking Bad”. Ahora digo esto con ironía, pero así era como realmente me sentía. Como si acabara de visitar una distopía. En el bus no paraba de reflexionar y escribir lo que se me pasaba por la cabeza, pero no era capaz de ordenar mis pensamientos.

Le pregunté a mi compañera de viaje si ella también se había sentido de la misma manera o si yo era solo un “friki orientalista”, ambos parecíamos estar de acuerdo en que había algo extraño en Chipre del Norte.

En solo un día pude visitar los tres asentamientos principales del norte de Chipre y fue suficiente para mantener mi cabeza ocupada durante un tiempo. Es evidente, pero vivir en un territorio ocupado que ha declarado “su independencia” (ya sea Chipre, Ucrania o Georgia) no parece ser algo de lo que estar contento o orgulloso. Vine a Chipre para conocer los horrores de la guerra. Me quedé con más preguntas que respuestas, sintiéndome perplejo en lugar de triste.


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