Los desiertos ya no me inspiran

La cuestión del Sáhara Occidental es desde hace tiempo un tema esencial del debate político en la política exterior de España. Aquí va un poco de contexto resumido: el Sáhara fue una colonia española hasta los años 70, cuando Marruecos, aprovechando la inestabilidad de España después de la muerte de Franco, invadió el territorio (que dicen ser históricamente suyo). El Sáhara Occidental no es reconocido como parte legítima de Marruecos por la mayor parte de la comunidad internacional (excepto Estados Unidos, ¡sorpresa!), pero Rabat continúa ocupándolo y enviando colonos marroquíes. Durante un tiempo, España se había opuesto a la ocupación marroquí, sin embargo, en 2022 Madrid cambió de postura y declaró que la mejor opción para el Sáhara Occidental es pasar a formar parte de Marruecos. Visitar el territorio era una tarea de alto riesgo para los periodistas españoles, ya que a menudo eran perseguidos y expulsados. Con el cambio de posición del gobierno, finalmente tuve la oportunidad de visitar el Sáhara Occidental.

Estuve alrededor de tres semanas organizando mi viaje: el guión del vídeo, la investigación para mi artículo y el itinerario por la peligrosa región. Decidí volar a Marruecos y luego viajar en autobús hacia los territorios ocupados. Quería ver cómo cambia todo: el paisaje, la gente, el nivel de desarrollo… todo. Partiendo de Agadir, bajé hasta Tiznit. Luego seguí hasta Tarfaya, el último pueblo marroquí antes de entrar en el Sáhara Occidental. El pueblo parecía muerto, invadido por la arena del desierto. La gente, aunque amigable, parecía vivir en una realidad completamente diferente. El nivel de desarrollo en términos de infraestructura podría compararse con el de partes de África occidental; me recordó a las pequeñas ciudades de Gambia. Todavía no estaba seguro de lo que estaba a punto de hacer: los periodistas españoles han sido duramente perseguidos en el Sáhara Occidental. Tenía preparada una coartada fingiendo que iba a las playas de Dakhla a surfear, sin embargo, una búsqueda rápida en Internet les mostraría que trabajo para un medio de comunicación que ha criticado duramente a Marruecos en el pasado. Tenía miedo, pero logré reunir la determinación necesaria para subirme al autobús en dirección sur, hacia la capital del Sáhara Occidental.

Nací y crecí en una región muy verde de España. Es una de las zonas donde más llueve de toda Europa y pasé mi infancia caminando entre bosques y haciendo senderismo en entornos llenos de montes con árboles y vegetación densa. Todavía recuerdo mi reacción cuando viajé por primera vez a Madrid: ver las llanuras centrales de España por primera vez fue un shock para mí. Simplemente no podía creer que, independientemente de dónde mirara, no podía ver montañas ni árboles. Por eso desde pequeño siempre me han fascinado los desiertos. Grandes extensiones de tierra llenas de arena, piedras y nada más. Llanuras extremadamente secas donde nunca llueve. En mi imaginación parecía surrealista. Parte de mi devoción por la cuestión del Sáhara Occidental se debió precisamente a esto: en lo más profundo de mí, el desierto me parecía un lugar exótico, un paisaje que tenía que explorar por mí mismo. Cuando el autobús entró en el Sáhara Occidental, todo lo que pude ver fue precisamente eso: kilómetros de nada. Una larga llanura, árida y rocosa, sólo interrumpida por el mar, los postes de electricidad y casetas de policía. Durante el viaje, también pude ver algunos de los recuerdos de la guerra: coches destruidos por las minas terrestres (no se recomienda caminar por el desierto porque la presencia de minas es bastante grande), cabañas abandonadas con agujeros de bala… etc. . Y eso continuó durante horas.

No fue hasta mi tercer viaje en autobús por el desierto que comencé a repensar mi postura sobre la belleza de los desiertos. No fue por la monotonía del paisaje o por que yo estuviera harto de él, sino más bien por lo que había pasado esa parte del desierto del Sahara. Después de semanas de investigar los horrores que sucedieron en la región, ahora estaba cruzando el desierto donde todo eso había sucedido. El desierto era una metáfora perfecta de la guerra: destrucción, vacío, desolación, hambre y un gran vacío. Ahora todo encajaba de alguna manera. Sin querer, estaba vinculando el acontecimiento histórico (la guerra) con el paisaje (el desierto). Me sentí mal al quedar sorprendido por la inmensidad del Sahara donde tantas tragedias habían ocurrido. Es difícil explicar cómo me sentí durante mi viaje: fue una combinación de miedo, tristeza e impotencia que viajó conmigo a través de las áridas llanuras del Sahara. El atardecer se convirtió en el único momento en el que podía pensar en la belleza de la naturaleza que me rodeaba sin vincularla a algo inherentemente negativo.

Los humanos son tan arrogantes que pueden luchar por el terreno más inútil de la Tierra. Tenemos la capacidad de librar guerras en regiones remotas sólo por la existencia de algunos recursos naturales en ellas, sin importarnos las personas que las habitan. Preferiríamos matar y forzar a miles de personas al exilio antes que perder el control de una industria rentable. Ésta es la realidad del Sáhara Occidental: la prueba de que la guerra puede llegar a los lugares más remotos de la Tierra. Decidí volar de regreso a Europa directamente desde Dakhla en lugar de cruzar el desierto de regreso a Marruecos. Le dije a todo el mundo que el motivo de esta decisión se debió a que no quería arriesgame y pasar por más controles policiales. Para ser justos, esta no fue la única razón. Simplemente no quise volver a atravesar el desierto que me evocaba esos pensamientos tan deprimentes. A fin de cuentas, no tenía nada más que hacer: los desiertos ya no me inspiraban tanto.

¡Gracias por leer!

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