Todos en la Embajada de España en Amán me decían que no podía irme sin visitar Jerusalén. “¡No ir es pecado!”, me decía alguien. Hace tiempo me había comprometido a boicotear a Israel y a no ir a los sitios bajo su control, simplemente para no contribuir a la ocupación económicamente. Pero después de que mis amigos insistiesen, decidí replanteármelo. “No puede ser para tanto, a fin al cabo, mis artículos tendrán un mayor impacto que los pocos séquels que le daré al gobierno a través de los impuestos”, pensé. Además, la única forma de vivir Palestina, su gente y su identidad, irónicamente es viajando a la zona y darle dinero indirectamente al Estado de Israel. Así que decidí ir; no solo a Jerusalén, Belén y Ramallah sino también a Tel Aviv, con el fin de verlo todo y poder comparar posteriormente. Lo que no sabía es que ese viaje me dejaría más desconcertado que antes. Llegué a Jerusalén en busca de respuestas y volví con más preguntas. Esta es mi historia.

Esto se supone que es una reflexión pequeña, así que omitiré la odisea para cruzar la frontera desde Amán, que involucró preguntad incómodas por parte de los agentes israelís, crueldad contra los palestinos y mucho más. Jerusalén fue tal y como me lo imaginaba, por lo menos al principio. Las estrechas calles de la ciudad antigua están llenas de gente de diferentes religiones y grupos étnicos: judíos, musulmanes, coptos ortodoxos, armenios…En mi opinión, observar a la gente que camina las calles de Jerusalén es más interesante que los propios lugares sagrados. Hablando de los lugares sagrados, tratamos de entrar durante tres días diferentes a la explanada de las mezquitas y fuimos “rechazados” por los soldados Israelís, cada vez por motivos distintos. Las fuerzas Israelís patrullan las calles de la ciudad antigua con sus rifles intimidantes mientras echan frías miradas a los residentes que no son judíos. Se esconden en todas partes como un ojo omnipresente que mantiene la ciudad segura pero oprimida a la vez.

Para ser justos, había leído con anterioridad acerca del muro israelí pero no esperaba encontrarlo a tan solo unos kilómetros de Jerusalén, justo en la entrada de Belén. La construcción es cruel, extrae toda la magia del lugar a través de su hormigón. No hay ningún puesto de control al cruzarlo: a los israelíes no les importa lo que llevas dentro de Cisjordania, solo les preocupa lo que sale de los muros. Después de cruzar un largo pasillo hacia Belén todo parece cambiar. Debo decir que no tuve una buena experiencia en el pueblo bíblico. La gente fue extremadamente grosera y todos querían timarnos. Venden su lucha, el muro y la identidad palestina como una mercancía para obtener ganancias. “Este es el precio local, amigo, este es el precio árabe, compre este imán del muro israelí, esto es típico palestino”, (mientras obviamente intenta estafarnos). Ramallah fue exactamente lo contrario de lo que experimenté en Belén, pero como era la primera ciudad controlada por Palestina en la que había estado después de Tel Aviv, me quedé completamente perplejo porque mis expectativas de ambos sitios habían resultado ser lo contrario a lo que viví.

Fue precisamente en Tel Aviv donde empezó mi debate interno. Cogimos el tranvía hasta la estación central. La parte nueva de Jerusalén construida por los israelíes semeja una ciudad del sur de Europa y la estación de tren era muy conveniente y moderna. Todos estaban dispuestos a ayudar y logramos llegar a Tel Aviv por 6€ en solo 40 minutos. Estaba listo para comenzar a quejarme de la ciudad: quería enfadarme por todo a propósito para poder probar mi punto de que todo lo que tenga que ver con Israel es mali en todos los sentidos. No obstante, no podía quejarme de nada. Al llegar nos quedamos sin casi ninguna opción de transporte (ya que comenzaba Shabat) y tampoco teníamos Internet para encontrar alguna opción para llegar a los lugares que queríamos visitar. No obstante, mucha gente se ofreció a ayudarnos y nos proporcionaron todo lo que necesitábamos. En poco tiempo estábamos en un autobús a Jaffa. La parte “vieja” de Tel Aviv fue asombrosa. El ambiente era simplemente perfecto: gente en las calles disfrutando de la vida, bailando al ritmo de la música y comiendo fuera.
Todo funcionaba como debía en la ciudad. Es como Barcelona pero “premium”, decía mi amigo. Las calles estaban tranquilas pero llenas de energía positiva. Los supermercados tenían todos los productos occidentales que me faltaban en Jordania y saqué provecho de ello. Pasamos dos horas nadando en una de las mejores playas en las que he estado en el mar Mediterráneo. Todo era perfecto. Cuando me di cuenta de esto, me quedé completamente desconcertado: “¿realmente estoy disfrutando de Israel?… erm… Palestina?” ¿Cómo podría ser esto? Llevaba mucho tiempo tratando de boicotear todo lo que tuviera que ver con Tel Aviv o Israel y ahora estaba pasando el mejor momento de mi vida flotando en una de las playas de la ciudad. Me sentía mal, pero al mismo tiempo quería seguir explorando Tel Aviv y disfrutar del “increíble ambiente”. Es extraño encontrar una ciudad que sea como Europa en una región que es exactamente lo contrario de Europa. Parecía una pequeña ventana al continente después de meses trabajando en Jordania.

Fue entonces cuando todo hizo clic en mi cabeza. Estaba disfrutando de una colonia europea en el Medio Oriente. La razón por la que millones de turistas y recién llegados a Israel vienen aquí es precisamente por eso, porque funciona bien y se parece mucho a Europa. Independientemente de las razones políticas que uno pueda tener para defender a Israel, es innegable que en el fondo existe una voluntad de defender este oasis de liberalismo al estilo occidental. Más tarde esa noche llegué a la conclusión de que el problema soy yo. Si mi subconsciente está disfrutando de Tel Aviv y no siente repulsión instantánea por su historia, entonces estoy contribuyendo a la retórica israelí.
¿Y ahora qué? Mis posturas políticas no han cambiado, sin embargo, siento que ya no tengo la superioridad moral para hablar de ello. Me da vergüenza tener un buen recuerdo de Tel Aviv, sin embargo, ¿realmente debería sentirme mal? Después de todo, no hice nada malo además de contribuir de alguna forma fiscalmente a la maquinaria del Estado de Israel, ¿verdad? Me temo que tendré este debate conmigo mismo durante mucho tiempo.
¡Gracias por leer!